Ingeniero comercial UC, partió en la multinacional 3M e hizo carrera como cabeza de Oriflame, dedicada a la venta directa de cosméticos. A los 44 años, cuando los viajes sumaban 200 días al año en su agenda, la compañía sueca salió a bolsa y Gonzalo de la Carrera (53) decidió vender sus stock options y buscar nuevos rumbos.

Emprendió en diversas áreas; en lo inmobiliario, junto al actual presidente del COCh, Neven Illic; en el retail , con la cadena «Perfúmame», que desarrolló en las galerías del centro capitalino. Pero en 2008 decidió venderla, cuando su vida y la de su familia dieron un vuelco. Su hija Trini, alumna del Cumbres, murió durante su viaje de estudios en el triste accidente sucedido en Putre. «No tenía energía vital, no estaba bien», confiesa, siete años después de la dolorosa travesía que significó esa pérdida.

«Fue un periodo duro -sigue recordando-. No estaba emprendiendo y tampoco empleado, tenía algunos negocios, cuando en 2011 el grupo Bethia (matriz de los negocios de Liliana Solari) me ofreció incorporarme a Mega, que acababan de comprar». Aceptó con un objetivo: decidir «si lo mío era ser empresario o ejecutivo con características de empresario». Hoy lo tiene bastante claro. Su sangre tira hacia una combinación entre gestión y dirección de empresas, porque «para participar en las decisiones estratégicas es importante arremangarse, embarrarse, porque ahí se entiende bien la problemática de cada empresa».

Así lo hizo en Colmena, la isapre que Bethia compró en 2012 y que lo introdujo en la industria más desprestigiada del país. Y se entregó 24/7, como su temperamento apasionado lo obliga, amaneciéndose en las radios y hasta tarde en los programas de TV de trasnoche, explicando sus propuestas. Así, el componente social de la salud lo puso en el radar público. Con cara de político, aseguran algunos.

Por algo, desde hace cuatro meses De la Carrera está en la radio todos los días junto a la ex ministra Cecilia Pérez, «en un programa ciudadano donde les explicamos a las personas cómo cosas que ocurren en Chile y el exterior afectan sus vidas». Pero él asegura que la trinchera política no está en su itinerario inmediato, sí defender el «ideario de la libertad» y la empresa.

«Las confianzas son una apuesta sobre las conductas de una persona. Las isapres son la industria con mayor desconfianza ciudadana y nos dimos cuenta de que había una oportunidad de reconstruir confianzas a través de convicciones fuertes, de certezas y predictibilidad; la gente no quiere depender de liderazgos erráticos».

-¿Esa fue su apuesta al irrumpir en la discusión pública sobre la salud?

-Había que solucionar el problema de legitimidad social que sufría la industria. Teníamos que tomar acciones que dieran confianza; hay una brecha enorme entre lo que los empresarios y ejecutivos creemos que las personas piensan, y lo que verdaderamente piensan.

-¿Es mayor esa brecha en las isapres: entre las expectativas y lo que finalmente reciben sus afiliados?

-Están en una industria que no es un bien de consumo, sino un bien social, y era necesario adecuarnos a ese bien que las personas demandan. La desconfianza respondía a conductas abusivas pre legislación de 2005, pero post 2005 también había problemas regulatorios que les impedían cumplir el rol social que se les demanda.

-¿Por qué «impedían»? ¿Tienen intención de solucionarlo? No es lo que perciben sus usuarios.

-El problema es que las isapres nunca les dijeron a las personas que sus expectativas eran incumplibles. Eso fue parte de nuestro discurso franco y directo, y por eso, a ocho meses de llegar a Colmena, propusimos a la Asociación de Isapres terminar con la cautividad, las preexistencias, transparentar el sistema de precios, armar un fondo de compensación para el adulto mayor y poner tope a las utilidades. Y no porque sea malo tener utilidades, pero es una industria donde la cotización es obligatoria.

«En ese momento, la industria no estaba madura para aceptar esas propuestas, y sobre todo de un nuevo actor. Por eso renunciamos a la Asociación y presentamos una propuesta de autorregulación. Entonces el Gobierno me invitó a la comisión presidencial para reforma a la salud».

-Pero eso no terminó bien: Ud. también renunció.

-Entré con interés y entusiasmo. Fueron cinco meses de sesiones y me di cuenta de que el objetivo del Gobierno era estatizar y no solucionar el problema de 3,5 millones de chilenos que están en las isapres. Querían capturar su cotización, porque son US$ 3.000 millones, la mitad de la reforma tributaria. Renuncié el último día, cuando me di cuenta de que nuestra propuesta de minoría -éramos 14 contra 4- no estaba siendo recogida en el informe. Si la opinión pública ni siquiera iba a poder saber que teníamos una propuesta valiosa que hacerle al país…

-En poco tiempo se enemistó con el mundo público y con sus pares. ¿Qué consecuencias tuvo?

-Lo pondría de otra forma. En Colmena estuvimos siempre dispuestos a sostener diálogos profundos para buscar la mejor solución para nuestros clientes; cuando no fue posible, sentimos que debíamos resolver esta brecha entre las expectativas y los afiliados. Colmena vendió el 20% que tenía en clínicas regionales y el 50% en la clínica San Carlos, se desintegró verticalmente, decidió fijar en 4% sus utilidades y devolver a sus afiliados los excedentes. Pese a eso creció y mantuvo los mejores resultados de la industria; no perdimos competitividad y ganamos legitimidad social.

-¿Y era el momento de renunciar? 2016 será un año clave para las isapres, ya que se enviará la reforma.

-El costo personal ha sido enorme. Me dediqué mucho más allá que una labor meramente ejecutiva; hice todo lo humanamente posible por defender a la industria cuando brillaban por su ausencia las clínicas, los médicos. Siento que en el último tiempo han salido otras caras a defenderla con nuestro mismo discurso. Sigo disponible para la discusión técnica y puedo aportar mucho más siendo independiente. No tengo intereses creados.

-Algunos ya lo ven en política. ¿Es cierto que iría a senador por la UDI?

-Absolutamente falso, nadie me ha ofrecido ser candidato a nada. Entré a la discusión pública desde una isapre, una de las industrias menos prestigiadas en Chile. Creo que la gente se siente carente de liderazgos, de alguien que les dé certezas, y está demandando caras nuevas.

-Usted es mencionado como una de esas «caras nuevas».

-Me siento más cómodo y pienso que puedo influir más a través de la dirección de empresas.

-¿Tampoco es cierto que su primer pie en política lo pondrá apoyando a algunos candidatos a alcalde?

-Dos candidatos se me acercaron para que los ayude con orientación estratégica y comunicacional: Loreto Seguel y Gonzalo Castillo. Los apoyo porque tienen real interés por el mundo social y son caras nuevas, no por el partido en que militan.

-¿Y participaría de Chile Vamos?

-Participaría feliz a nivel de las ideas, porque espero que sea muy exitoso. No hay que menospreciar la batalla de las ideas, un campo que abandonamos durante mucho tiempo. Recién este año hemos visto aparecer libros como «La tiranía de la igualdad», de Axel Kaiser; «La rebelión del sentido común», de José Ramón Valente, o «Diálogo de conversos», de Roberto Ampuero y Mauricio Rojas. Hay una revitalización muy importante y necesaria.

-Si hay demanda por caras nuevas, ¿por qué Ricardo Lagos y Sebastián Piñera encabezan las encuestas?

-A Lagos se le reconoce inteligencia y convicción; la gente se siente protegida por esas certezas. Los chilenos saben hoy, más que hace dos años, lo que perdieron cuando se fue Piñera, y ven con esperanza que vuelva, para reencauzar el país.

-¿Puede revertirse el modelo de «derechos garantizados», como la gratuidad, que instala este gobierno?

-Las ideas que representamos son las que han triunfado en el mundo, pero nos faltó liderazgo para difundirlas, y eso está cambiando. La mayoría se ha dado cuenta de que cuando el Estado garantiza un derecho, lo hace a cambio de alguna de nuestras libertades. No queremos un Estado todopoderoso que nos diga cómo conducir nuestras vidas. La sociedad chilena no está dispuesta a transar sus libertades personales por derechos garantizados.

 

Fuente: El Mercurio