Que no se atiendan implica un mayor gasto a futuro para el sistema:
Salud y especialistas reconocen que, si se atendiera a todos los pacientes, «el sistema colapsaría», por lo que el gasto debe centrarse en los enfermos más riesgosos.
Por R. Olivares y N. Cabello.
El perfil epidemiológico de los chilenos ha hecho que durante las últimas décadas sean las enfermedades crónicas no transmisibles -que aparecen en cierto momento de la vida y evolucionan lentamente- las que más afectan a los chilenos y no las infecciosas, como ocurrió durante buena parte del siglo XX.
Diabetes, hipertensión, obesidad o asma ocupan buena parte de la llamada «carga de enfermedad» del país, es decir, el impacto de los distintos problemas de salud en la población. Se estima que en Chile nueve millones de personas sufren de alguna de estas enfermedades, y de ellos, poco menos de un tercio recibe atención permanente.
Por ejemplo, la diabetes y la hipertensión tienen garantizados sus tratamientos a través del plan AUGE, pero sus niveles de cobertura real están muy lejos de llegar al 100% de los enfermos (ver infografía). La académica de la Facultad de Medicina UC Paula Margozzini ha estudiado a fondo el tema y dice que, pese a lo alarmante de las cifras, se trata de las mejores de Latinoamérica. Si se atendiera a todos, añade, «el sistema de salud colapsaría, quebraría inmediatamente».
La ministra de Salud, Helia Molina, reconoce que el sistema de salud no tendría capacidad para atender a toda la población enferma, y por ello justifica el plan de acción que tiene su cartera para la atención primaria, que es donde se debería abordar este tipo de males. Este incluye la construcción de un centenar de consultorios y el aumento de sueldos a los especialistas que permanezcan en esos recintos.
En Chile, 80% de los hipertensos sabe que tiene la enfermedad; 58% toma fármacos para controlarla, pero solo 25% logra tener la presión arterial normal.
Esto ocurre, según Margozzini, porque los resultados están influidos por el apego a los tratamientos y variables propias de los estilos de vida, como consumir sal en exceso, fumar o estar con sobrepeso.
Peor aún, que estos enfermos no se traten implica que una parte de ellos sufrirá infartos o accidentes cerebrovasculares que, además de ser de enorme riesgo, van encareciendo el sistema.
De todas maneras, el presidente del consejo consultivo AUGE, Emilio Santelices, cree que «es impensable que se atienda a todas las personas que tienen estas patologías. Lo importante, como política pública, es llegar a la población de mayor riesgo». Afirma que hay que identificar ese grupo y «trabajar en estrategias casi personalizadas, con gente que incluso los puede ir a la casa para asegurar su tratamiento y fidelizarlos».
Al resto, que no está en el grupo de mayor riesgo, dice que se le puede abordar con políticas de educación en prevención o con la atención de enfermeras o personal no médico que haga un monitoreo remoto de su salud: «Es hasta más barato para el sistema y así se focalizan los recursos donde más se les necesitan».
Al igual que Margozzini, plantea que aspectos como estos se deben considerar en las políticas públicas del país.
REVISIÓN
En el consejo AUGE creen necesario revisar cómo se están cubriendo estos males para cambiar de estrategia si no se está llegando a la población.