Hoy la empresa se debe a sus trabajadores, sus clientes, sus proveedores y sus accionistas, pero también a toda la sociedad.

Afectar la vida de muchas personas

Esta es la octava y última clase de este curso sobre Ética y Responsabilidad Social, en el que hemos propuesto que el principal desafío de la gestión proviene de su insoslayable componente ético y no de las complejidades técnicas o de las dificultades económicas.

Los responsables de la gestión, en cualquier nivel de una empresa u organización, sea esta pública o privada, grande o pequeña, con o sin fines de lucro, afectan la vida de muchas personas.

En primer lugar, porque dan trabajo a personas que lo necesitan. Pero esto no basta. Las empresas que se comportan éticamente se esmeran por crear puestos de trabajo de calidad, en los que no solo la remuneración es justa, sino que se dan oportunidades de desarrollo profesional, se crea un ambiente laboral centrado en el ser humano y se respeta la salud, intereses personales, y los espacios de intimidad con los amigos y la familia.

Respetar a los clientes y a los proveedores

También las buenas empresas cuidan a sus clientes. Esto no es sorpresa. Prestar atención preferente al cliente hace sentido de negocio. Pero esto no basta. Se trata de que los productos y servicios que la empresa provee sean de la más alta excelencia, se cobren precios justos, se comunique con claridad y sin embelecos sus características, evitando caer en publicidad engañosa o promesas falsas, o aprovechándose indebidamente de la relación comercial.

Podría pensarse que si bien con los clientes se busca una relación de mayor intimidad, con los proveedores se deben mantener las distancias y plantear una interacción guiada exclusivamente por los intereses comerciales de cada parte, basada en el precio y características de los productos y servicios que se comercian, y cada uno cuidando su propio beneficio. Pero esto no basta. Se debe aspirar a tener una relación equitativa, de respeto, libre de presiones indebidas y de litigios, en la cual la palabra empeñada y el compromiso valen más que los términos del contrato.

Y, por cierto, la empresa no abusa de su poder frente al proveedor, dilatándole los pagos más allá de lo justo. Por el contrario, pone este poder a su servicio y lo ayuda a desarrollarse como un proveedor de excelencia.

En el círculo de la empresa, los propietarios ocupan una posición muy privilegiada, pues tienen la capacidad de decidir sobre su marcha ya sea directamente (cuando ellos se involucran en la gestión) o indirectamente (cuando entregan esta responsabilidad a ejecutivos profesionales). Y en cualquiera de los dos casos, el manejo de la empresa debe ser eficiente y rentable. Pero esto no basta.

Todos somos propietarios indirectos de muchas empresas relevantes del país, a través de nuestros ahorros en los fondos de pensiones (AFP), y como tales esperamos no solo que se genere una rentabilidad justa por los recursos comprometidos, sino que haya una gestión responsable, informada, rigurosa y profesional, que respete la legalidad vigente y se oriente a aliviar las necesidades más acuciantes del país.

El círculo de la empresa se extiende también a los competidores. Estamos acostumbrados a pensar en ellos como «el enemigo» a quien hay que derrotar en los enfrentamientos comerciales. Es la visión mercantilista del funcionamiento de la economía. Pero esto no basta. Con los competidores se debe construir una institucionalidad en la que se privilegien la excelencia y la justicia en las relaciones, de modo que quien gane o pierda en el mercado, lo haya hecho recurriendo solo a sus competencias y a la superioridad de su oferta, y no a subsidios escondidos, conductas deshonestas, o incumplimiento de la normativa ambiental.

Este impacto de la empresa sobre la vida de las personas no se limita a quienes están directamente ligados a su accionar, ya sea como trabajadores, clientes, proveedores, accionistas o competidores. Su mayor impacto es sobre la comunidad en la que está inserta.

Y este es muy visible en el comercio y servicios que se crean como resultado de la actividad de la empresa (como ocurre, por ejemplo, en Calama y Antofagasta). Pero esto no basta.

Las empresas también tienen que contribuir al bienestar de la sociedad, colaborando activamente en áreas como la promoción y respeto por la cultura, el mejoramiento de la educación, el alivio de la pobreza, el fomento de la participación de sus empleados en asuntos de la comunidad, y la promoción de estilos de vida y trabajo saludables.

Mensaje de despedida al cerrar el curso

Esperamos que este curso les haya ayudado a comprender que las decisiones en ética no son arbitrarias, sino que responden a una lógica, a una metodología, a un modo de hacer las cosas conforme a los principios más nobles que mueven al ser humano: la verdad, la bondad, la belleza y el bien, y que actuar éticamente es bueno para el hombre y la mejor forma de enfrentarse en la vida con uno mismo y con los demás.

No cabe duda de que actuar de forma éticamente inadecuada podría significar a corto plazo algún beneficio para la persona o empresa, pero esta utilidad no resulta sostenible en el largo plazo por el rechazo que produce quien actúa aprovechándose de las circunstancias. Lograr la confianza de los demás es un trabajo arduo que toma mucho tiempo. Perderla es muy fácil.

Y, siendo este un curso de ética y responsabilidad social en la empresa, quisiéramos terminar proponiendo que solo en una sociedad donde imperen valores morales será posible incentivar a las personas a que inicien nuevas empresas, generen riqueza, y creen más empleos, pues no son muchos quienes están dispuestos a crear empresas en un ambiente donde reine la corrupción o donde tengan que poner entre paréntesis valores rectores que animan su ser y actuar. Hasta pronto.

Próximo lunes: Comienza curso «Gestión ambiental».

¿Y qué viene a continuación?
Esta columna es un extracto de la reflexión que bajo el título «What Next for Global Capitalism?» hicieron en Davos, en febrero de 2009, Claire Chiang, senior vice president Banyan Tree Holdings, y Stephen B.Young, global executive director The Caux Round Table.

Ellos plantean que hay algo que ha andado muy mal con nuestras instituciones económicas, por lo que se necesita perfeccionar la institucionalidad. En 1989 murió el comunismo con la caída del muro de Berlín, y en 2008, en las protestas de Wall Street, también murió el capitalismo. Cada sistema creó las condiciones de su propio colapso. Se mantuvieron fieles a sus principios esenciales, y su visión estaba errada. Al elegir el camino equivocado, cavaron su propia tumba. El comunismo no dio libertad a las personas y el capitalismo de Wall Street no las restringió. La alternativa que debemos crear es una en la que simultáneamente los individuos tengan libertad y restricciones: libertad para crecer y progresar, inventar y construir, amar y llorar; y restricciones para evitar el menoscabo a otras personas y dañar el bien común.

El equilibrio entre la libertad y las restricciones está dado por nuestras valoraciones éticas. Cuando actuamos éticamente, restringimos el uso de nuestro poder en consideración a las consecuencias que puede tener sobre otras personas. En el capitalismo, un acto éticamente correcto busca el justo equilibrio entre el interés personal y las consecuencias que este acto tiene sobre el bien común.

Pero no se puede descansar exclusivamente en la expectativa de que las personas van a exhibir un comportamiento ético. Es preciso contar también con restricciones legales, sin llegar a extremos, porque los excesos en esta materia destruyen la felicidad y la prosperidad. Los mercados deben darnos los espacios de libertad para crear y proporcionarnos oportunidades de expresarnos en formas que sean apropiadas a nuestra dignidad individual. El problema es que los mercados tienen dificultades para mantener en regla los individualismos más sórdidos. Y esta falta de restricciones lleva a una despreocupación por «el otro». No es esto lo que llamamos «civilización».

Los mercados necesitan cierta forma de gestión para evitar los excesos. Pero más que los mercados, son las personas que participan de ellos, buscando exclusivamente su progreso y bienestar personal, quienes necesitan cierta gestión. Esto se consigue adhiriendo a los principios que guían la Responsabilidad Social de la Empresa, la que puede triunfar en la misma arena en que el comunismo y el capitalismo de Wall Street fallaron.