La segunda ola ha tenido devastadores efectos en la salud mental, advierten especialistas. Entre ellos se aprecia la languidez, sensación de vacío que a veces se confunde con estar deprimido y que está predominando hoy en la población.
Falta de energía. Desanimo. La pesadez de despertar a más de lo mismo y que parece nunca va a cambiar. Esa sensación cada vez más recurrente en la vida en pandemia se ha definido como languidecer. Perder la fuerza, el vigor, la alegría. El estado de ánimo dominante en el mundo post-Covid en este 2021, plantea un reciente artículo en The New York Times.
Al parecer las ganas de “aprovechar” el encierro que eran masivas en redes sociales con fotos de entusiastas e improvisados panaderos, rutinas de ejercicios, renovaciones en casa, nuevos pasatiempos, entre otras actividades, hoy ya no cuentan con tanto fervor.
No solo la vida que conocíamos fue interrumpida hace más de un año, ahora se suma que tampoco sabemos cuándo se recuperará. Incluso ya se habla de que esa normalidad no será tal cómo la conocíamos. La pauta es la incertidumbre.
A su vez, cada día más personas ven como familiares, amigos, amigas, compañero de trabajo o vecinos fallecen a causa del virus. ¿Cómo enfrentar entonces la vida con renovado entusiasmo?
Dominique Karahanian, psicóloga de la Universidad Mayor comenta que es un estado predominante que no solo aprecia en consulta en parejas y familias, también en estudiantes. “Es una situación de mucha desesperanza con respecto al futuro, de no poder planificar al corto y mediano plazo, lo que se traduce en conductas de más resguardo, de irse ‘para adentro´”, explica.
A nivel emocional la pandemia se ha experimentado como un escenario incierto sin fecha de término clara, indica Ignacio Puebla, jefe del Departamento de cultura de Mutual de Seguridad. Además, por el aumento de los contagios, algunas comunas han retrocedido en sus fases de apertura y desconfinamiento “lo que podría generar una serie de emociones, como, por ejemplo, la sensación de vivir algo que nunca termina”.
La languidez es una sensación de vacío, dice Puebla y muchas veces se confunde con estar deprimido, sin que se llegue a configurar una depresión. “Lo sí genera son sensaciones de desmotivación o de anhedonia (incapacidad para experimentar de placer), sobre todo en el contexto pandémico actual, donde la incertidumbre es un factor determinante”. La languidez se nutre, agrega, de lo que se ha experimentado a nivel emocional, y lo que ha afectado la vida cotidiana en múltiples áreas y niveles.
Tal cómo Karahanian describe, lo que está pasando está liquidando la salud mental de las personas sin piedad: “¿Qué esperanzas puedes tener con algo que no depende de ti? ¿Cómo tener esperanzas cuando se lleva más de un año en el mismo proceso? Porque, por ejemplo, aseguraron que las cuarentenas serían máximo de cuatro semanas, pero se extienderon mucho más y no se puede planificar nada, y si te sales de la norma viene la funa. Entonces es un permanente cuestionar, ¿qué está bien y qué está mal?”.
Si los primeros meses había una hiper productividad, indica Karahanian, hoy no tenemos idea de cuándo va a terminar la crisis. “La población se ha visto muy afectada en esta segunda ola en cuanto su salud mental. Era de esperarse. Pero si en la primera se revelaron síntomas más ansiosos, ahora hay síntomas más depresivos porque está esa sensación de que hagas lo que hagas la solución no es algo que dependa de ti. En ese sentido las fiestas clandestinas se vinculan con esa sensación”, aclara la psicóloga.
Aunque en psiquiatría no se ocupa languidez como síntoma, “si tiene que ver con una sensación subjetiva de estancamiento”, aclara Pablo Gaspar, psiquiatra de la Universidad de Chile e investigador del Instituto Milenio de Neurociencia Biomédica de la Facultad de Medicina Universidad de Chile.
En salud mental, dice Gaspar puede ser consecuencia de la sensación de un estado ánimo bajo persistente, y por otro lado, también a causa de la ausencia de estímulos placenteros que previamente sí producían placer. “El estado de ánimo bajo permanente puede ser síntoma de un estado anímico bajo hacia la depresión, y la falta de placer o anhedonia es un síntoma cardinal de cuadros depresivos”.
Esa sensación de languidez que se vincula con deterioro en la salud mental de la población que estudios ya dan cuenta. Tal cómo lo indicó recientemente, dice Gaspar el estudio de la consultora internacional Ipsos para el Foro Económico Mundial que reveló que Chile es el segundo país del mundo que más ha empeorado su salud mental desde el inicio de la pandemia.
“Es la sensación autoreportada de que nuestra salud mental se ha deteriorado muchísimo, y eso da cuenta de cómo estamos viviendo la pandemia, de cómo se maneja como país y sugiere de que hay que hacer una intervención focalizada en personas que presentan estos síntomas, porque el aumento de la consulta y la falta de acceso a la salud mental venía de antes, y ese problema fue agravado por la pandemia”, sostiene el psiquiatra.
Independiente de cómo se nombre al fenónemo, Gaspar recalca que es un tema de salud pública. Las intervenciones tienen que ser transversales. “Hay que preocuparse del síntoma, pero también de los determinantes de salud, como mantener trabajos estables, el apoyo gubernamental, el acceso a salud mental, que son tan importantes como el tratamiento sobretodo en problemas de salud mental”.
La pandemia ha provocado la pérdida de muchas cosas. Trabajo, seguridad, rutina, vidas. Pérdidas que se suman a la mayor sensación de soledad. Un duro golpe, en especial para quienes ya pasaban por momentos complejos, como enfermedades, separación o divorcio, o los que tenían depresión previa.
Sin embargo, lo que actualmente preocupa, dicen los especialistas, es que esa especie de letargo se presenta mucho en adultos y también en niños, niñas y adolescentes, sin conflictos anteriores. Cada vez se ven más niños irritables, señala Karahanian, con conductas regresivas.
Por eso, Gaspar dice es importante distinguir sensaciones subjetivas no relacionadas a la persistencia o severidad de cuadros anímicos, que son situaciones normales en estado de crisis. Un día de ánimo bajo, ejemplifica, que luego asociado a un estimulo se pasa, en que la persona no pierde rutinas como el aseo, el sueño, la alimentación, “esa sensación no requiere un fármaco”, aclara.
El cerebro se mueve en términos productivos explica la neurociencia. Necesitamos planificar hacia el futuro inmediato y lejano para sentir certezas. Saber en qué terreno nos movemos. Sin planes, nos confundimos.
Por un tiempo esa vivencia resulta soportable. Pero cuando es más de un año y la incertidumbre es continua, hay dificultad para realizar tareas cognitivas, incluso para disfrutar lo que antes era placentero. Vivir una pandemia, incluso para quienes que lo hacen con relativa comodidad, es estar expuestos a dosis de estrés impredecible todo el tiempo.
Cuando es un estrés por un corto tiempo el cuerpo a través del eje hormonal involucrado, se adapta. Pero cuando es crónico, por mucho tiempo, indica Gaspar, esa adaptación puede involucrar alteraciones que pueden llevar a trastornor patológicos.
Uno de los factores que más desencadenan estrés es la incertidumbre. Presente en la toda la situación social, en lo más contingente que en la dinámica familiar, y en la incertidumbre personal, señala Gaspar y eso se asocia a la sensación subjetiva de estrés. “Estamos viviendo periodos largos de confinamiento y eso puede provocar un estrés más crónico. Como psiquiatras ya lo vemos, más personas que consultan por depresión y ansiedad, y la espera por horas es cada vez más larga”.
Señales de alerta de que no se trata solo de un “mal día”, explica el psiquiatra. Es cuando ocurren de forma más frecuente e intensa. Casos en que la persona no quiere comer, no se quiere bañar, cambios como somnolencia en el día e insomnio durante la noche, angustias incontrolables, que no cedan durante el día o ideas de muerte, “son síntomas que requieren atención y la idea es consultar”.
En 2020 pensar en los tiempos anteriores, sin virus, era algo que estaban a nuestro alcance. Era algo fácilmente accesibles en nuestros recuerdos a corto plazo. Hoy en cambio, la sensación es que fueron tiempos muy lejanos. El recuerdo de algo que perdimos sin certeza de poder recuperar.
Esa vivencia, Karahanian admite se ve cada vez más en personas mayores. Muchos están con depresión y dicen que no se quieren levantar. Para ellos no solo hay mucha desesperanza, añade, sino que todo ha cristalizado lo que se veía de antes, “ese constante no ser vistos, donde son tratados como sin voluntad, donde el resto decide por ellos”.
El sistema, dice la psicóloga “ha sido muy perverso con las personas mayores, ellos no tienen posibilidad de decisión”. Lo mismo pasa con los niños, “cada familia debe hacerse cargo de educarlos, entretenerlos, pero el mensaje es ‘no dejes de trabajar’, ¿cómo queremos que los niños estén bien?”.
La pregunta entonces es ¿cómo recuperar el entusiasmo si no podemos realizar la vida que queremos? La psicóloga de la U. Mayor admite que no es una tarea fácil. Se debe tratar de generar o recuperar redes sociales de apoyo, aconseja, para conectar con otros. “Conectarse con adultos en el caso de padres que pasan todo el día con los niños y solo están pendientes de sus necesidades en torno al colegio, de la comida, etc., que dejan de tener el espacio de adultos y terminan el día cansado y sintiendo que no hicieron nada por ellos”.
Además, tomando como referencia todo lo que sabe sobre el cerebro, dos cosas son realmente buenas para él: la actividad física y la novedad. “La recomendación es conectarse con el cuerpo, desde el goce y el placer”, indica Karahanian.
Fomentar el ejercicio y hacer una rutina en la casa, añade Gaspar, es muy relevante. También mantener horarios estables en vida diaria con rutinas como levantarse, ducharse, cambiarse de ropa. Junto con eso, dice, “separar horarios de actividades placenteras y de actividades de trabajo, y en ese espacio de descanso apagar pantallas y silenciar teléfonos después”.
Higiene del sueño y mantener hábitos alimenticios, tanto en horarios como considerar alimentos saludables, es otra recomendación. “No reemplazar estos síntomas por alimentos y bebidas riesgosas, para por ejemplo, bloquear y calmar la ansiedad se aumenta el consumo de bebidas alcohólicas o alimentos placenteros los chocolates. Eso estimula ciertos centros cerebrales de recompensa inmediata, pero no a largo plazo, algo que sí hace el ejercicio, la alimentación saludable y la higiene de sueño y vigilia”, explica el psiquiatra.
Seguir desarrollando la capacidad de adaptación, es clave dice Puebla. Se debe recordar que, si bien volver a confinarse genera complejidades, ya se tiene experiencia adquirida y se pueden corregir o incorporar mejores hábitos. “Hay que aprender a vivir y trabajar con el Covid, porque la vida continúa y lo que se ha experimentado, incluso la languidez, es parte del aprendizaje que dejará la pandemia y que permitirá salir fortalecido”.
Fuente: Qué Pasa