Año a año, las cifras sobre la salud mental de los chilenos muestran alertas cada vez más preocupantes y cada tanto leemos en la prensa que esta progresión no para. En 2016, la OMS publicó un reporte donde pone a nuestro país como el más depresivo en el mundo, con el 17,5% de los chilenos padeciendo de depresión y siendo causa del 26% de las licencias médicas anuales. Pero por otro lado, el World Hapiness Report (Reporte Mundial de la Felicidad, 2017) pone a Chile como el más feliz de Sudamérica, en la posición número 20 del mundo. ¿Es esto compatible?

En 2005 la depresión fue incorporada al GES y desde entonces hasta septiembre de 2016, según cifras de la Superintendencia de Salud, han ingresado más de un millón de casos a través del Fonasa.

En ese sentido, el Estado, al hacerse parte del problema y dar más accesibilidad, ha fomentado que las personas soliciten atención, lo que es muy positivo, pues estas problemáticas, algunas veces, sólo pueden ser sanadas a través de la ayuda médica o psicoterapéutica.

Pese a esto último, no todos quienes padecen desórdenes mentales están en tratamiento, aun cuando hacerlo está cada vez menos estigmatizado. Desde el ministerio de Salud estiman que sólo una de cada cuatro personas que tienen problemas de salud mental está en tratamiento. El mismo ministerio destina cerca del 2% de su presupuesto a salud mental, menos de la mitad de lo que esta entidad se propuso como meta en el Plan Nacional de Salud Mental y Psiquiatría para 2010. La misma OMS insiste en que el porcentaje debiera rondar, al menos, el 5%.

Aun así, en 2015, los trastornos mentales y del comportamiento lideraron las causas de licencias médicas en las Isapres (estudio de la Superintendencia de Salud). Entre 1995 y 2005, dice el estudio, éstos estaban en tercer lugar. A partir del 2006 pasan a ocupar el segundo lugar y luego en 2015, como decíamos, el primer lugar. ¿Pero cuál es la causa?

Sin duda no es una sola, sino que es un tema multifactorial, donde se involucran aspectos biológicos, genéticos, sociales y de historial de vida, además de que existe más accesibilidad, pues ahora los costos económicos son relativamente menores. En el área de la salud, mientras más oferta haya, siempre habrá más demanda. Ahora, una cosa es estar triste y una muy distinta es estar con depresión.

Una de las variables relevantes a analizar es el papel que juegan las condiciones laborales a la hora de influir en nuestra salud mental y nuestro bienestar general, pues si consideramos que pasamos unas 45 horas a la semana trabajando, más los largos tiempos de traslado (un promedio de más de 2 horas diarias en Santiago, según el INE), entonces es evidente que su rol será crucial.

En esa línea, no es de extrañar que, para los especialistas en salud ocupacional, en el último año existan sectores económicos con una incidencia (proporción de casos nuevos dentro de un grupo determinado) mucho mayores que otros.

Los sectores más críticos son los que tienen que ver con atención y relación con personas. De esta manera, no sólo en Chile, sino que a nivel mundial, el sector transporte es uno de los más complejos, con choferes que se ven expuestos a la agresión continua de los pasajeros, de los evasores y las tensiones ante la posibilidad de ser asaltado, llegando al punto de, simplemente, no detenerse en algunas zonas de la capital ante el temor de que esto ocurra.

Si a eso se le suman las extensas horas de conducción, los bocinazos y el ruido constante, las probabilidades de desarrollar una enfermedad mental se avivan bastante. Quizás no sería exagerado afirmar que el Transantiago es un problema de salud pública y no sólo asunto de los ministerios de Transporte y Hacienda.

En el Estado la situación no es mucho mejor (Sename, Registro Civil, Tribunales de Familia, asistentes sociales en las municipalidades, consultorios, oficinas de reclamos, call centers, etcétera), donde además de la tensión constante por el trato (o maltrato) con personas, los mismos trabajadores se prestan para cumplir horas extraordinarias que terminan transformándose en norma y de extraordinarias no les queda mucho más que el nombre.

La OIT, en 2016, hizo un énfasis especial en el estrés laboral, siendo el tema principal del Día Mundial de la Seguridad y Salud en el Trabajo, publicando un completo informe y haciendo una campaña para prevenirlo, pues la preocupación por este flagelo es de carácter mundial, dado su progresivo aumento desde los años 90.

Como fuere, dos personas pueden verse expuestas a exactamente un mismo evento con potenciales traumáticos y uno se enfermará y el otro no. El resultado depende de demasiados factores y, de hecho, todos en la vida nos vamos a exponer a experiencias con la potencialidad de desarrollar una enfermedad mental. Siempre ha sido y siempre lo será, es sólo que ahora existe mayor consciencia sobre el tema.

Factores como que algunos médicos (muy pocos), otorgan licencias como una manera de fidelizar al paciente (“cliente”) o el hecho que según una serie de estudios una buena parte de la población está endeudada (en abril, Adimark señaló que el 47% de los chilenos lo está), pueden alterar la medición y el mismo bienestar en salud mental.

Sin duda la modernización de nuestra sociedad la ha hecho más vertiginosa y eso nos puede llevar a una mayor exposición. Pero lo cierto es que nuestro país, tan sólo hace unas décadas, ha pasado por tiempos bastante peores. Muchos estudios se limitan a evaluar la percepción que las personas tienen, lo que sienten, pero eso no está respaldado por análisis clínicos ni médicos. Otros, sólo se limitan a cuantificar licencias o atenciones.

Aún se sigue citando la Encuesta Nacional de Salud de 2010, que decía que un 20% de la población tenía sintomatología depresiva. ¿Pero esos resultados, con cuáles otros los comparamos? Para tener una idea más concordante con la realidad, uno debe basarse en patrones de resultados y no en resultados aislados.

Y si bien es cierto que existen sectores críticos que no deben descuidarse, si en verdad se quiere avanzar hacia un mayor bienestar mental, el enfoque debe ser integral, como una política nacional no limitada a un ministerio determinado o seguir lo que indique un paper académico. Si queremos avanzar, todos los organismos involucrados deben participar y, sobre todo, la ciudadanía. Y por supuesto, se requiere un cambio cultural con una mirada hacia el optimismo.

 

Columna de Ernesto Evans, Presidente de la Asociación de Mutuales

 

Fuente: Cooperativa