Calama está de duelo. Esta semana, la ciudad nortina de esencia minera ha tenido que despedir a tres de sus habitantes por accidentes en faena. La literatura plantea que no hay accidentes fortuitos. Más del 75% son causados por actos inseguros atribuidos a fallas humanas.

Quizás si Nelson Pizarro no hubiese levantado la voz de alerta sobre la situación financiera de Codelco estas fatalidades ni siquiera serían parte de la agenda noticiosa. Hoy estamos enfrentando la muerte en muchos trabajos, y ese tema país nos mantiene indiferentes.

Porque el problema no está solo en la minería. En Chile mueren más de 400 personas al año por accidentes laborales y de trayecto (Superintendencia de Seguridad Social, 2015). Si lo medimos por días hábiles, más de una persona sufre una fatalidad en su trabajo diariamente. Son 400 familias afectadas y más de la mitad han perdido un ser querido en un accidente relacionado con la operación. Los restantes son de trayecto.

Las cifras son preocupantes. No han variado en los últimos seis años y han pasado desapercibidas. Si existiera coherencia, el respeto a la vida -lo más preciado de las personas- no sería solo obligación de las mutuales y las áreas encargadas, las que día a día son majaderas al promover con seriedad una cultura de prevención. La seguridad representa el compromiso de la empresa por poner a las personas en el centro del modelo de negocio, muy por sobre la productividad por sí misma.

Es una responsabilidad compartida por el Estado, las mutualidades, la administración de la empresa y sus trabajadores.

Morir por causa de un accidente laboral es una condición a la que estamos expuestos todos los días, y es clave investigar en profundidad esos hechos y compartir los resultados. Existe contundente información estadística del número y tipo de accidente, y, a excepción de la minería, pocos antecedentes de acceso público sobre los factores que los generan. En rigor, la información se mantiene a puertas cerradas y no se convierte en acciones transversales hacia el resto de la comunidad laboral. La experiencia no constituye aprendizaje y su utilidad es limitada.

Analizar y desmenuzar el caso real con minuciosidad y compartir la información permitirían tomar acciones para evitar que accidentes laborales fatales sigan ocurriendo. La colaboración construye mejores empresas y entornos seguros, que impulsan el crecimiento y garantizan que el trabajador pueda volver a su casa. La indolencia genera apatía, no despierta conciencia, ni tampoco enfrenta los problemas de verdad. Al contrario, los mantiene.

 

Columna de  María Isabel Vial, Directora Ejecutiva de la Fundación Carlos Vial Espantoso

 

Fuente: El Mercurio