Viví y trabajé en una maternidad de un país con ley de aborto, donde a pesar de ser objetor de conciencia, pude ver cómo es la realidad en los lugares con aborto legal.

El concepto de feticidio no se menciona en ninguna ley del hemisferio norte, pero es una práctica habitual cuando se solicita la interrupción legal de un embarazo después de las 22 semanas, y consiste en matar al niño en el vientre materno con una inyección directa en el corazón, provocando un paro cardíaco.

¿Se podrá llegar a hacer esto en Chile con el proyecto actual? En el caso de «inviabilidad fetal», el médico puede tener un diagnóstico, pero en ningún caso el pronóstico. Se podrá adelantar a la madre que su hijo va a morir, pero en ningún caso cuándo va a hacerlo. Los niños diagnosticados «inviables» (es decir, con una enfermedad terminal) pueden nacer vivos y, más aún, sobrevivir bastantes horas, días, incluso meses, y los servicios de salud deben atenderlos. Esa es obligación de todo médico.

Para no tener que lidiar con estos casos, se prefiere evitar que el feto nazca vivo. Y eso es lo que ocurre en los países con ley de aborto. Viví esta terrible realidad: basta el diagnóstico de inviabilidad y se realiza el feticidio. Tampoco el hospital se molesta en corroborar el diagnóstico con una posterior autopsia, probablemente para no tener que enfrentar posibles errores, los que sabemos existen.

La finalidad de una ley de aborto obviamente es que no sobreviva el hijo, y por eso existe esta respuesta en el hemisferio norte.

Todo esto se ha planteado en la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados, pero nadie se ha preocupado por responder; incluso algunos han pensado que todo es una exageración, demostrando un desconocimiento absoluto de lo que realmente ocurre cuando se hace un aborto.

Pareciera que hay un esfuerzo grande por esconderle a la opinión pública la parte fea del «derecho de la mujer a decidir», donde nadie menciona qué significa, en la práctica médica, esta decisión.

 

Carta de Jorge Becker, Médico cirujano Ginecólogo obstetra

Fuente: El Mercurio