Por María Elena Sanz.

El principal desafío que hoy enfrentan los empresarios es hacer palpable el aporte que su actividad entrega a la sociedad, más allá de la generación de riqueza. Tras décadas en la búsqueda de alternativas para alcanzar esta meta, la literatura ha identificado el camino más concreto para lograrlo: devolver el foco de la gestión y del cambio en las personas.

Pareciera que la respuesta que se ha planteado al problema de la reputación de la actividad empresarial es obvia y, quizás, por eso fue olvidada e incluso resistida en círculos de poder político y económico.
Lentamente algunas organizaciones han comenzado a tomar conciencia de que el cambio pasó de ser una opción a ser un imperativo para quien desee ser sostenible.

Tras analizar algunos procesos de transformación en empresas se han extraído lecciones sobre cómo, en la compleja realidad de la globalización, las personas juegan un rol central en la gestión del cambio. Ellas han sido la real fuente de creación de ventajas competitivas, aportando su capacidad para formar redes de relaciones internas y externas, generar aprendizajes e innovación, potenciar nuevos emprendimientos, construir espacios de colaboración y mantener climas positivos, transparentes, responsables e inclusivos.
Pese a las evidencias, muchas organizaciones aún se han resistido a modificar sus relaciones y formas de trabajo, sobre todo, por la presencia de liderazgos que tienden a generar silos y equipos desmotivados.
Muy poco se hace en los ambientes cerrados al cambio por situar a las personas en el centro del desarrollo organizacional. Este esfuerzo requiere instalar cuatro características en las empresas.

Primero, las más visionarias parten por hacer trascender sus organizaciones, considerando el bienestar subjetivo y el capital social como condiciones necesarias para el desarrollo. Desde esta óptica, potencian su inteligencia relacional, moviéndose desde un mundo de transacciones a otro de personas y relaciones. Su foco es la interacción para motivar el cambio. Son grupos que han integrado exitosamente a sus personas para promover los valores de la inclusión y de la diversidad, segunda característica a desarrollar. Se han fundado en ellos para incorporar talentos configurados de manera efectiva; han creado un estilo de dirección donde el liderazgo femenino es un protagonista.

Las organizaciones exitosas, en tercer lugar, han logrado reinventarse y transformarse, alentando nuevos liderazgos y formas de comunicación. Y, por último, han innovado a través del conocimiento y de las nuevas formas de trabajo en red.

En suma, es necesario poner lo técnico y lo adaptativo en un mismo nivel y promover en la comunidad una reflexión sobre el camino que debemos construir para reinstalar, desde las personas, la legitimidad de la actividad empresarial.