Tras un mes de comenzar la temporada estival van cuatro fallecidos

Santiaguinos son los bañistas más complicados, dicen los rescatistas. Además, las imprudencias serían transversales a todo tipo de público en las playas.

Por DIEGO QUEVEDO D’AQUINO.

«Los saqué del pelo. Eran tres cabritos. No tenía otra forma de poder llevarlos», cuenta Andrés Barrios (51), salvavidas de la playa Los Corsarios, en El Quisco. «Cuando llegué a la arena, los muchachos me querían pegar; no los pesqué. Pero cuando alguien más grande se pone ‘choro’, no te queda otra que responder», dice el rescatista, mientras cruza los brazos y el sol hace brillar una medalla de la Virgen María que lleva en el pecho. «Los adolescentes que consumen ‘pitos’ o alcohol. Esos son los más problemáticos», agrega.

Otro con experiencia es Gabriel Robledo (57) -encargado de la Playa Grande, en Cartagena-, quien ya perdió la cuenta de cuándo comenzó a rescatar personas en el agua. «Cada año la cosa está mejor. La gente ha tomando conciencia. Esta playa está más familiar. Antes llegaban buses de empresas llenos de personas que ya venían curadas», explica.

«Muchos se hacen los héroes y entorpecen los rescates», dice Robledo, quien habla desde su puesto de vigilancia, ya que «no es recomendable despegar la vista ningún segundo», asegura.

«Recuerdo que una vez fui a sacar a una niña. Llegamos y estaba boca abajo, lo bueno es que seguía tibia y tenía latidos. El problema fue que cuando estábamos llegando a la orilla vimos otra cabeza. Era su padre que había entrado a sacarla. Tenía una expresión que no voy a olvidar. Su cara, mientras se hundía, tenía tanta paz. Estaba como iluminada», rememora el salvavidas que mantiene su vista en el horizonte mientras sigue vigilando.

Lata de cerveza

Chile posee 569 salvavidas que tienen la labor de vigilar las playas del país. Y por cada uno de ellos hay más de una historia.

«Eran de Santiago, tenían tajos en todo el cuerpo y estaban en la rompiente. Yo le dije a uno: ‘Oye compadre, anda a tomar para otro lado’. En eso, el tipo toma una lata de cerveza, se saca la polera, se mete al agua y una corriente lo deja 20 metros adentro», dice Miguel Ángel Salas (63), salvavidas desde hace 45 años en el Sector 5 de Reñaca.

Mientras apunta con su mano hacia un punto del mar, dice: «El tipo quedó donde están los surfistas y abrió la lata para seguir tomando en el mar. Yo nadé hasta él, le hice una llave y le pegué con el baywatch (tabla plástica para rescates). El tipo me decía que nunca más, que estaba arrepentido y gimoteaba».

«Cuando lo saqué del mar, vino otro salvavidas y me ayudó a reducirlo. En eso se nos ‘tiraron’ los amigos del que habíamos rescatado. Eran tres y nosotros dos; pero, por suerte, había unos surfistas y nos ayudaron a echarlos. Salió en You Tube y todo. Aquí otro salvavidas, ve el mar y arranca para la casa. Esta playa no es para venir a aprender el oficio», enfatiza Salas.

Mar traicionero

Manuel Plaza (22), salvavidas de Algarrobo, tiene cuatro años de experiencia, pero sabe que la irresponsabilidad de los bañistas no se va a terminar por tocar más fuerte su silbato: «Es algo arraigado en la costumbre de algunos visitantes. Vienen con la idea de que son los reyes de la playa; de que cómo les va a pasar algo y no saben que el mar es traicionero».

El joven relata que, además de la basura, otro pésimo hábito de algunos bañistas es ingerir alimentos antes de nadar.

«Una vez saqué a un tipo que había comido un churrasco justo antes de meterse al mar. Le dio un calambre intestinal. Cuando lo saqué, vomitaba pedazos de carne que eran del porte de mi mano», dice Plaza, mientras pone el puño delante de su boca.

»Soy de la nueva escuela. Antiguamente, el salvavidas golpeaba al bañista problemático en el mar».
GUILLERMO MIRANDA (25) Playa Las Salinas, en Viña del Mar.

»Durante el 1 de enero tuvimos 50 niños perdidos en la playa. Los padres son muy descuidados».
CRISTÓBAL SALINAS (23) Playa Grande, en Cartagena.